miércoles, 30 de abril de 2008

Cuando los demás no están


-Demasiado trabajo- venía pensando al entrar al edificio -por suerte, esa picadita en el último rato hace las veces de cena-.
Hoy si que es bastante tarde, supongo que los demás estarán todos durmiendo.
Pongo música y sacándome con apuro la ropa me dirijo al baño, con pasos suaves, no quiero despertarlos y pronto a la cama... necesito dormir... sé que mañana no trabajo, pero mi cansancio es enorme.
Enseguida dejo el libro sobre la mesa de luz y oscurezco la habitación.
Vueltas y más vueltas de mi cuerpo parecen no encontrar el descanso, pienso en ellos.

Y por tercera vez lo mismo: me levanto, voy al baño para mirar la hora sin molestar a los demás.

-¿Qué demás? me preguntaré mañana o tal vez en un rato.
Hace tiempo que en casa ya no están los demás... pero fue tanto tiempo que todavía creo sentirlos...
Con un trago en la mano y los cigarrillos en la otra voy hacia el escritorio (aunque no me guste llamar así al rinconcito que había armado en aquellos tiempos en que tenía que resguardarme del barullo tormentoso de los demás y que mantengo por una de esas lindas costumbres arraigadas ya)

Revolví un poco con la mirada viejos escritos.
Tomé la lapicera y una nueva hoja que prolijamente incliné hasta dejarla en diagonal al borde de la mesa y exactamente paralela a mi antebrazo. Apoyé la pluma. Sonreí. Dejé la lapicera sobre la hoja y encendí un cigarrillo; notando que era el último recordé que no podría pedirle otro a los demás... de todos modos la sonrisa en mis labios volvió a brotar, para cuando ellos se fueron ya no quería soportarlos más.
Con pasos fuertes, con pisadas ruidosas, tiranas, que sonaban como jactándose de la soledad y del placer de saber que ellos ya no estaban me dirigí nuevamente a la cocina con intenciones de llenar mi copa. Hormigas. Desordenadas. Sobre senderos zigzagueantes. Torpes. Distraídas. Perdidas... tejí en mi mente una pequeña historia acerca de ellas, tan raras, hasta titubeaban frente al precipicio del borde de la mesada.
Volví cantando alto hacia el escritorio -aunque reniegue al llamarlo así- y me senté nuevamente frente al papel ansioso de ser tocado por su amante, la pluma. Amante que algunas noches acaricia con frenetismo todo su cuerpo y otras sólo se dedica a mirarlo; que detiene su respiración cuando escribe "beso", que lo provoca escribiendo "miradas", que lo siente excitado cuando espera que le escriba "orgasmo".
Noté cómo se deseaban y sin embargo el papel continuaba prolijamente acomodado sobre la mesa y la pluma firme pero inmóvil en mi mano.
Suspiré. Me costaba aceptarlo hasta anoche... pero ellos no están y es difícil desparramar palabras y jugar con ellas.

Durante mucho tiempo ellos fueron mi inspiración, mis escritos me ayudaban a aceptarlos, a cambiarlos, pero ya no convivo con el miedo, tampoco está en casa la ansiedad, ni siquiera los nervios y el mal trato se fue con ellos.

Seguramente escribiré esta noche acerca de las hormigas perdidas en mi cocina.
Sonreí, con paz.

2 comentarios:

Germán dijo...

Entrañable y necesario... Hace bien leerlo. Me gustó la relación pluma-hoja, me gustó el rinconcito, y las pisadas, y que el personaje se mande el ensayo de las hormigas de los senderos que zigzaguean. Un lujo amiga.
Besos!

Anónimo dijo...

A mi me gustó la frase: "oscurecer la habitación", qué buena manera de decir "apagué la luz"...

Que bueno que los miedos y las ansiedades han idose... la vida es demasiado corta y tiene una mesa para pocos invitados, qué bueno que no ocupan màs sillas...

Salutes y permiso